Sin embargo, para un arribista de baja estofa como él, la envidiada posición es tan sólo un trampolín para alcanzar su anhelado sueño: codearse con la crema y nata del país. Y la abnegación, claro está, rinde sus frutos: a la muerte del anciano, tras embaucar a su incauta esposa y apropiarse del legado, Victor la abandona sin ningún escrúpulo y se hace por fin con las riendas del selecto negocio.
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